miércoles, 20 de julio de 2011

El pensamiento de Ancira


Por la época en que el teatro mexicano se reformaba y se dejaba de representar el antiguo teatro español para dar paso a un movimiento renovador de grupos como Teatro Ulises y Teatro Orientación, capitaneados por jóvenes mexicanos como Salvador Novo, Celestino Gorostiza, Xavier Villaurrutia y Julio Bracho, el 20 de agosto de 1929, vino al mundo Carlos Ancira Negrete en la ciudad de México. Sus padres fueron Rodolfo Ancira y Berta Negrete. Fue el tercero de tres hermanos, el mayor era Rodolfo y el segundo Ricardo.
Desde muy corta edad, Ancira sintió interés por la actuación. Cuando era joven había en mí un escritor que maté para que surgiera el intérprete. Carlos quería ser escritor para poder observar la reacción del lector, pero como esto era imposible y escribir resultaba un poco el trabajo de aquellos profetas bíblicos que clamaban en el desierto, decidió ser actor, porque el actor sí goza de ese privilegio.
De chamaco, cuando veía las películas de Joaquín Pardavé y de Fernando Soler, Carlos soñaba que sería actor como ellos y que haría cine como el que ellos hacían. Su primera clase de actuación fue terrible. La maestra lo corrió convencida de que no estaba destinado a ese oficio y le sugirió que mejor se dedicara a vender pepitas. Voz al pecho, querido, y haz lo que te ordeno. Hay muchas profesiones útiles para el pueblo. ¿Por qué no vendes pepitas? No tienes nada que hacer en el teatro. Carlos no siguió aquellos sabios consejos, pues, aunque tímido, no era fácil de cambiar de opinión cuando estaba decidido a hacer algo. ¡Quiero! ¡Quiero! ¡Quiero ser actor! ¡Quiero! Dejó aquella clase firmemente convencido de que debía buscar otros maestros y los encontró en Ricardo Parada León, Enrique Ruelas y Seki Sano.
Carlos Ancira, el actor, jamás dejó de aprender, decía que jamás sabemos todo de nada y pensaba que había una escalera que construir cada día y cada día sentía más la responsabilidad como actor y como hombre. Trabajaba a nivel glandular; era un actor estomacal, no cerebral, no era técnico y se consideraba así mismo mal actor. Carlos Ancira no actuaba, vivía los personajes que interpretaba. Y cuando dejaba de vivir los personajes, era Carlos Ancira, el hombre.
Carlos Ancira era un hombre solitario y taciturno. Desde estudiante, mientras los demás formaban pandillas y relajos, él se dedicaba a estudiar y a leer, que siempre fue su pasión. Siempre prefirió un disco de Beethoven o un libro de Dostoyevsky a ir a jugar futbol. ¡Tengo dieciocho año! Pero ya disfruté a Beethoven, agoté a Dostoyevski... ¿Cuántas obras de Beethoven esperaban ser integradas a mi sensibilidad? Cuantos relatos de Dostoyevesky cobrarían vida al ser conocidos para hacerme desear un mundo mejor? Amaba a los niños, a los perros, a los gatos, el sol y a la naturaleza. Pero más que nada, amaba la vida. Hay bellezas interminables que mis ojos aún no han visto, millones de sonidos prodigiosos que mis oídos no han disfrutado, incontables pensamientos que desconozco, mucha alegría por disfrutar... mi alegría de vivir está intacta como cuando tenía dieciocho años.
Su mayor pasión fue el teatro. El teatro morirá cuando yo me retire. Para Carlos Ancira, el teatro “cuenta con un espacio limitado en el que existe una tercera dimensión, con una cuarta pared inexistente, durante dos o más horas de principio a fin. También se cuenta con la magia del contacto directo con el público. En teatro, tanto el actor como el director tienen en sus manos el quehacer de llegar o no al público, de crear, aumentar o disminuir esa comunicación directa”. Para Carlos Ancira un pueblo sin teatro es un pueblo sin cultura y la cultura es necesaria para poder vivir.
Carlos Ancira interpretó más de trescientas obras de teatro. Mil hombres perfectamente construidos dentro de uno. Fue Vladimiro en “Esperando a Godot”; ¿Acaso he dormido mientras los otros sufrían? ¿Acaso duermo en este mismo momento? Y mañana, cuando crea despertar, ¿qué diré de este día? ¿Que he esperado a Godot junto con Estragón, mi amigo, en este mismo lugar y hasta la caída de la noche? Sin duda pero ¿qué habrá de cierto en todo esto? Él no sabrá nada. Hablará de los golpes que ha recibido y le daré una zanahoria. A caballo sobre una tumba y un nacimiento difícil. En el fondo del agujero, pensativamente, el sepulturero aplica sus hierros. Tenemos tiempo para envejecer. El aire está lleno de nuestros gritos. Pero la costumbre es una gran sordina. A mí también me mira otro y dice: duerme, no sabe nada, que duerma. Papristchin de “El diario de un loco”: ¿Cómo? ¿Cómo pude imaginar que yo era un vulgar oficial V, consejero honorario? ¿Yo? ¿Pero, como pudo meterse en mi cerebro este pensamiento extravagante, insensato? Me siento feliz de que a nadie se le haya ocurrido meterme en un manicomio. Antes... era algo terrible: todo estaba frente a mí, envuelto en la bruma, no comprendía nada. Pero ahora todo se reveló. Ahora todo está claro: ya no se puede vivir en este mundo. No, no. Agua helada no. Más bastonazos no. Ya no. Ya no. Max Estrella de “Luces de Bohemia”: ¡Soy un espectro del pasado!... ¡Vivo olvidado!... Las letras no dan para comer. ¡Las letras son colorín, pingajo y hambre! .... Soy ciego, me llaman poeta, vivo de hacer versos y vivo miserablemente... Si no fuese borracho ya me hubiera pegado un tiro.... He sido injustamente detenido, inquisitorialmente torturado. En las muñecas tengo las señales... ¡Para mí siempre es de noche! Hace un año que estoy ciego... Las ideas se me desvanecen. ¡Un tormento! Si hubiera pan en mi casa, maldito si me apenaba la ceguera. El ciego se entera mejor de las cosas del mundo, los ojos son unos ilusionados embusteros. Zaratustra en “Zaratustra”: Otra vez... otra vez he vuelto a soñar. ¿Cuántas veces he dormido? ¿Cuántas veces he despertado envuelto en sangre, llorando como si acabara de nacer? En fin, aquí estoy de nuevo otra vez al comienzo.¿Cuántas veces más los hombre me despedazarán? Yo sé bien que ese sol que estoy mirando no alumbra allá a lo lejos; sé que nace dentro de mí, calienta el interior de mi vientre, sube por mi garganta y hace una hoguera en mi lengua. Mi boca en llamas tiene necesidad de escupir fuego. ¡Necesito oídos! Necesito humanos! ¡El Universo es una construcción rítmica! No podemos aportar a esta danza más de lo que somos. Da igual morir, da igual vivir. Chebutikin de “Tres Hermanas”: ¡Al diablo todos! ¡Al diablo! .... ¡Creen que porque soy médico puedo curar cualquier enfermedad? Pero si ya no se absolutamente nada. Se me ha olvidado la medicina, todo cuanto sabía no recuerdo nada en absoluto.... El miércoles pasado tuve que ir a Sasip a asistir a una mujer. ¡Se murió! Y fue mía la culpa de que muriese. Sí, hará así como unos veinticinco años sabía un poco de medicina, pero ya no me acuerdo de nada. ¡De nada!... ¡Quien sabe si no soy ni siquiera un hombre! Me parece que sólo lo aparento porque tengo brazos, piernas y cabeza. ¿Y si no existo y no hago más que andar, comer y dormir? ¡Oh si no existiera! Sus personajes, al igual que Carlos Ancira, clamaban por la injusticia social, por el paso implacable del tiempo, por la incongruencia de la vida.
Carlos Ancira recuperó aquel deseo de ser escritor y se volvió dramaturgo. ¡Si tuviera ahora las armas del dramaturgo! Con ellas imaginaría un texto y quizá lograra salir del paso. ¿Y por qué debo construir una obra tradicional con premisa, caracteres definidos y conflicto? ¡La construiré como me dé la gana, de acuerdo con los sentimientos que surjan! Y logró, entre varias otras, una obra, “Imágenes”, especialmente bella, un monólogo consigo mismo y con el público, en el que se entremezclan, como en la vida misma, Carlos Ancira el hombre, con Carlos Ancira, el actor. Ahí afloraron sus sentimientos, sus angustias, sus inquietudes, sus frustraciones, su ilusión por la vida y su amor por el teatro y puso en equilibrio la resignación y el desafío, la esperanza y la desesperación, la belleza y la crudeza de la vida, que para Carlos Ancira era el teatro. Por “Imágenes” Carlos Ancira recibió al premio de la crítica al mejor autor. Por su labor actoral también recibió premios: Cuatro Calendarios Azteca; dos premios especiales de la Unión de Críticos, al mejor actor; premio al mejor actor extranjero en Moscú, Rusia, por “El diario de un loco”.
También trabajó en televisión. “La televisión, indicó Carlos Ancira en cierta ocasión, ofrece tantos espacios como uno quiera utilizar, claro, con la carencia de aquella tercera dimensión del teatro. Las telenovelas son folletines electrónicos. En la época de nuestros abuelos se vendían por entregas. Ahora se trasmiten por televisión. El folletín es un género muy respetable. No olvidemos que “Los Miserables” pertenece al género y así gran parte de la gran novelística del siglo XIX. Lo que importa en resumen de cuentas es que estén bien hechas”.
Carlos Ancira, el hombre, fue también un padre y esposo excepcional: Y gracias también por esos dos seres hermosos que me diste, alegres, carne presta a la búsqueda personal. Dos obras maestras tangibles. Gracias a ti, a ellas, hay un paraíso donde descansar de la pesadilla. Carlos Ancira fue padre de dos hijas, sus obras maestras: Selma y Patricia Ancira, frutos de su primer matrimonio con la escritora yucateca Thelma Berny, Se casó por segunda vez con la actriz Karina Duprez, con quien compartió su vida privada y profesional, trabajando incansablemente durante diez años en teatro y televisión.
Carlos Ancira, el hombre y el actor, dejó de existir en el mundo material a las 10 de la noche del 10 de octubre de 1987, hace 23 años. De él quedaron grabadas sus actuaciones en algunas películas sin trascendencia y memorables papeles en televisión. La obra del actor de teatro es aire, sentimientos, emociones...tan efímeras como dura la función. Pero la obra en teatro de Carlos Ancira, quedará grabada por siempre en la mente del espectador que tuvo la suerte de gozar de él y de sus interpretaciones. Es imborrable. Y este texto pretende reavivar en aquellas mentes, ese recuerdo. Siempre anhelé trascender, vencer a la muerte dejando rastro de mi paso por el mundo. Lo importante es vencer a la vida y caminar por el escenario maravilloso de la naturaleza, aunque sólo sea un espejismo. Y Carlos Ancira venció.

domingo, 26 de junio de 2011

Antonio Passy

Antonio Passy

La Reina es asombrosa. Logró que me fuera yo a España sin pagar un quinto por el boleto de avión, gracias a sus millas de Aeroméxico. Si, el 20 de agosto me voy a España a conocer a Antonio Passy.
¿Quién es Antonio Passy? Un gran actor español, pero que hizo una impresionante carrera teatral en México, allá por los años 50, escenificando entre otras cosas Rinocerontes de Ionesco, y Médico a la fuerza, de Moliere. Es el único sobreviviente de aquella legendaria puesta en escena que hizo Salvador Novo de la obra de Samuel Beckett, Esperando a Godot, en donde Passy hizo pareja con mi querido Carlos Ancira, con quien se volvería a reunir en la máxima y más fiel adaptación de Los Miserables, de Víctor Hugo, que produjera para Canal 13, David Antón y dirigiera Antulio Jiménez Pons. Ancira era Thernardier y Passy era Javert. Passy hizo también para Canal 13 una estupenda interpretación del avaro Scrooge de la novela de Charles Dickens, Canción de Navidad.
¿Cómo empezó todo? Buscando información de Passy en Internet, di con un blog en el que se le mencionaba como asiduo asistente a un café en Madrid, y en donde incluso había una fotografía de él, que parecía ser reciente, pues se le veía con la cabeza entrecana. ¡Que sorpresa! Muchos me habían dicho que había muerto, algunos decían que de manera trágica. Incluso El Ángel me dijo que pensaba que había fallecido. Y ahora daba indicios de vida. Me puse en contacto con el autor del blog, José Mayoral, y me respondió pocos días despúes. Efectivamente, Passy vive; tiene casi 80 años de edad. Mayoral lo ve frecuentemente. Le pedí que si podía hacerle llegar una entrevista de mi parte. Me dijo que sí. Pasaron varios meses. Un día, al abrir mi correo, me encuentro con un mail de Mayoral, Adjunto al correo venían varias fotos y hasta un video de Passy. Con el pelo totalmente blanco y más viejo de lo que se veía en la foto del blog. Estaba interesado en contestar mi entrevista, en cuanto la tuviera lista, José Mayoral me la haría llegar.
Varias semanas después recibo un mail de un hombre llamado Amador Garcías. Era amigo de Passy y me pedía me comunicara con él o llamara a Passy por teléfono (y me anotaba su número en España) pues estaba sumamente interesado en contactarme. No lo pensé dos veces. Sin pensar en los costos, lo llamé por teléfono. Don Antonio se mostró muy entusiasmado de que alguien de México se acordara de él. Me dijo que tenía mucho que platicarme de su trayectoria en México y muchos documentos y fotos que enseñarme. Se lo conté a la Reina y dijo que tenía esas millas.... y lo logró.... el 20 de agosto me voy a España. Ayer le conté a El Ángel y le encantó que haya yo podido contactar a Passy; le pareció increíble.

Bajo Cero




Qué mejor momento que una nublada y solitaria tarde de sábado, después de una estupenda e intensa mañana de trabajo y sabrosa plática teatral en casa de El Ángel, para ir precisamente al teatro. Pasar frente al Teatro Libanés y sentir la atracción como imán de estacionar el carro, bajarse y preguntar si había boletos en primera fila y fue todo para decidir entrar a ver Bajo Cero, momento tan largamente aplazado debido a la escaces monetaria. Pero en este momento la Reina y la Princesa, habituales compañeras de teatro, se habían quedado en San Miguel de Allende y la Princesita se había quedado feliz en casa de su abuela, por lo que este era el momento adecuado para entrar al teatro y gastar sólo 450 pesos en lugar de casi 1,500 pesos (monto imposible para las actuales finanzas familiares).
Empieza la obra. Laura Flores, de bellos ojos, inicia su monólogo, en el papel de Nadia, madre de las adolescentes Ingrid de 14 años y Regina de 12, simbólicamente representadas por dos rosas. Regina sale de su casa con la intención de ir ayudar a podar las bugambilias a casa de su abuela a donde nunca llega. Pasan cuatro años y nadie sabe nada de ella. Pero Laura sólo recita sus parlamentos. En ningún momento se siente ese dolor desgarrante de la madre que ha perdido a su hija, a quien busca desesperadamente. 
Alejandro Camacho es Damián, quien ha secuestrado, violado y asesinado a Regina y a siete niñas más. Un tipo que en su infancia ha sido maltratado por su padrastro, debido a lo cual sufre un fuerte trauma psicológico. La actuación de Camacho, un actor que admiro, es excelente, como siempre... pero algo falta... ni terminé odiando a Damián... ni sentí lástima por él. Tal vez haya sido la falta de fuerza en el personaje de Laura, que como madre de la víctima, falló en fomentar el odio (o la compasión) contra el asesino de su hija.
Helena  Rojo, siempre una dama, bella y elegante, es grande en las pantallas caseras. Pero en el teatro le falta algo, es siempre Helena Rojo y no logró hacerme compenetrar en su personaje de Amanda, la psicóloga que trata de olvidar sus problemas personales, concentrándose en hacer una tesis sobre asesinos seriales, estudiando el caso de Damián.  
La escena que debería de ser cumbre, impactante y desgarradora, cuando Nadia confronta y perdona al asesino de su hija, es plana.
Me decepcionó Bajo Cero. Un tema interesante, un texto, que, mejor dirigido podría haber resultado desgarrador, me dejó con una sensación de vacío, muy diferente a lo que me hicieron sentir hace dos años Fernando Luján y Diana Bracho en Todos eran mis hijos, o hace tres Susana Alexander y Blanca Sánchez (q.e.p.d.) en Como envejecer con Gracia, que me dejaron una opresión en el pecho y un nudo en la garganta, y a quienes el público aplaudía de pie. En Bajo Cero no sucedió nada.  Los aplausos fueron tibios y los comentarios que escuché del público: "Laura Flores recita sus parlamentos"; "Un tema muy trillado, una actuación monótona". Sin embargo, no me arrepiento de haber gastado 450 pesos. Pero sí fue una suerte no haber gastado 1,500.